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A lo largo de los 43 años de historia democrática de Bolivia, pocas figuras han mantenido una presencia tan constante en las contiendas electorales como Samuel Doria Medina y Jorge Quiroga. A pesar de sus múltiples intentos por alcanzar la máxima magistratura, ninguno de los dos ha logrado asegurar una victoria presidencial. Su prolongado involucramiento en la arena política, marcado por candidaturas reiteradas sin el éxito final, invita a una reflexión crítica sobre los desafíos inherentes al liderazgo desvinculado de estructuras partidarias robustas y la fragilidad de organizaciones políticas que carecen de un arraigado apoyo de base.

Jorge Quiroga ocupó brevemente la presidencia entre 2001 y 2002, tras el fallecimiento de Hugo Banzer. En los años subsiguientes, sus aspiraciones de retornar al cargo lo llevaron a competir en diversas elecciones. Es notable que sus campañas se apoyaron consistentemente en las banderas de entidades políticas preexistentes, a menudo ideológicamente diversas, en lugar de una plataforma propia. Este patrón se evidencia en su participación con Podemos en 2005, el Partido Demócrata Cristiano (PDC) en 2014 y la alianza Libre 21 en 2025. Esta preferencia estratégica por alianzas ad hoc, en detrimento del desarrollo meticuloso de un aparato político independiente y orgánico, dejó sus esfuerzos políticos sin una base estructural duradera.

Samuel Doria Medina, por su parte, optó por un camino diferente, fundando y liderando Unidad Nacional (UN), un instrumento político que se configuró en gran medida en torno a su persona. Se postuló a la presidencia en 2009, 2014 y 2020, si bien el triunfo electoral le fue esquivo en cada ocasión. Tras la primera vuelta de votación del 17 de agosto de 2025, reconoció públicamente su derrota. A pesar del nombramiento formal de Elizabeth Reyes como jefa nacional, el control operativo del partido se mantuvo firmemente en su círculo cercano, impidiendo que la organización evolucionara hacia una estructura política de base amplia y autosostenible.

El ciclo electoral de 2025 ilustró aún más esta dinámica recurrente, dado que incluso el eventual vencedor, Rodrigo Paz, hizo campaña bajo el emblema del Partido Demócrata Cristiano (PDC). Esta designación histórica, aunque reconocida, contaba con una militancia activa limitada, lo que subraya una característica persistente del panorama político: la prevalencia de identidades partidarias prestadas, la fragilidad inherente de los partidos institucionales y la tendencia de las figuras políticas a apropiarse de etiquetas existentes en lugar de invertir en el arduo proceso de construir organizaciones robustas desde sus cimientos.

Después de más de cuatro décadas desde la restauración de la gobernanza democrática, un patrón constante persiste: los partidos políticos siguen siendo en gran medida tenues, mientras que figuras influyentes cambian frecuentemente de alianzas, contribuyendo a un sistema democrático que a menudo avanza más por inercia que por una convicción profundamente arraigada. Las distintas trayectorias políticas de Quiroga y Doria Medina, a pesar de sus metodologías divergentes, convergen en una única conclusión: en ausencia de organizaciones políticas genuinas y bien establecidas, las candidaturas tienden a ser efímeras, y la elección del electorado a menudo gravita hacia la oportunidad inmediata en lugar de visiones programáticas duraderas

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